Todo, absolutamente todo está resultando peor a lo que se esperaba y más negativo de que lo que se había planeado. Que, por lo visto, nada estaba planeado. Tal vez he ahí el detalle de que todo saliera mal.

Cuando se propusieron a buscar las causas para evitar, frenar o limitar la ola criminal que se abate y se sigue abatiendo sobre nuestro país, y se ponía en marcha el “fenomenal” programa de “abrazos no balazos”, los grupos criminales, quienes ni pausa hicieron, continuaron haciendo y deshaciendo a su antojo, con la plena convicción de que nadie les haría nada.

Cuando inspirados en un desarrollo y progreso aéreos, se buscaba colocar a México en una potencia en el ramo de la aeronáutica y se decidió cancelar un aeropuerto que estaría a la altura de los mejores del mundo y, en su lugar construir otro nuevo, se descubrió al final que no sabemos hacer aeropuertos, que no tenemos la más mínima idea de lo que son los estándares internacionales en dicha materia y solo hemos hecho el más grande ridículo.

Ya encarrerados, sabiendo que los gasolinazos estaban causando una enorme molestia entre la población, se determinó la construcción de una refinería, la que, al empezar a refinar petróleo y producir gasolinas, nos permitiría abaratar el costo de los combustibles y, ya convertidos en un país que refina su propia producción petrolífera, dejaríamos de importar combustible del vecino país del norte, y lograríamos tener gasolina de diez pesos el litro.

Algo no salió bien. Se construyó la refinería. Los cálculos del suelo no se hicieron de manera correcta y hoy hasta una bicicleta se hunde en el pavimento; no se colocaron los drenajes correctos y más tarda en que caigan tres cubetas de agua que la zona de la citada refinería en inundarse. Y de los litros de gasolina de 10 pesos, mejor ni hablamos.

El Tren Maya es punto y aparte.

Otis vino a demostrar que, aparte de no haber prevención, tampoco hay coordinación. Y la temporada de huracanes todavía le falta un poco más de tres semana para que concluya. Otro Otis en otro puerto como el de Acapulco y se nos caen los pantalones.

Y los demonios andan sueltos. En el partido en el poder, nadie se pone de acuerdo, ya nadie hace caso y el caos prevalece desde aquel día en que quien poseía el bastón de mando, decidió entregarlo sin medir las consecuencias.

A nivel nacional las cosas están que arden y ya los grupos pelean a muerte sus territorios y plazas. En los estados, los ánimos están más que caldeados y  ya todos los que quieren, andan sueltos, sin control y sin obedecer al que aun figura como cabeza de grupo. Y si luego de todo esto, más los desastres naturales como Otis, más el desorden político que se vive a nivel nacional, no es que los demonios anden sueltos, luego entonces que alguien nos diga qué está pasando.