Promesas no son más que quimeras, cuando falla el amor. Así cantaba el príncipe de la canción, José José, allá por los años 80’s. Y ocurre que las promesas, son tan solo eso, cuando de prometer se trata. Pero, cuando se trata de cumplir lo prometido, he ahí donde aparece el dilema y llegan las acostumbradas excusas.

El inicio de este editorial, lleva la introducción de la romántica y emblemática melodía que interpretara José Rómulo Sosa Ortiz, en relación a que, al igual que se escucha en la melodía, al final del cuento, eso terminan siendo las promesas.

Y también viene a cuento porque, como ya es del dominio púbico, cuatro aspirantes del partido Morena, hoy en el poder, han iniciado sus respectivas giras en busca del consenso que les permita ser y resultar ungido, uno de ellos, como el real candidato a la presidencia de la república, cargo que hoy ostenta el jefe del partido y también jefe de todos los aires y lluvias que

caen el territorio nacional. Aún se evoca aquella frase de que “en este país, ni una sola hoja de un árbol se mueve si no tiene la venia presidencial”

Lo de las promesas que se quedarán solo en quimeras, son las que se van a escuchar en todos los rincones del país, cada vez que llegue uno o una de las llamadas corcholatas, quienes en el afán de alcanzar la nominación y la dedodesignación, habrán de prometer hasta el puente en aquel poblado en el que no exista ni siquiera río, por lo que se escuchará la promesa aquella de “también les haré su río” ¡Faltaba más!

Aunque, viéndolo bien, las llamadas corcholatas, buen cuidado tendrá al hablar y prometer lo que saben bien no podrán cumplir.

Por ejemplo, cuando toquen el tema de salud, que no se les ocurra prometer, jurar y perjurar que, aparte de que ahora sí habrá medicamentos suficientes, “tendremos un sistema salud como el de Dinamarca; ¡no, que digo de Dinamarca, mejor todavía! Porque esa promesa ya quedó devaluada.

Tampoco, a las corcholatas, que no se les ocurra decir y prometer que ahora sí se va a sembrar bienestar, porque, como ya se sabe, de tanto bienestar que se ha sembrado a lo largo y ancho del país, ahora lo que se está cosechando es malestar.

Y que menos hablen de las obras emblemáticas, porque las rechiflas se van a oír hasta la luna. Del desempleo, menos; de los desaparecidos, ni se les ocurra mencionarlos; de la inseguridad, mucho menos. Y tampoco vayan a hablar de que el Metro, ese servicio de transporte tan popular y útil en la Ciudad de México, ahora si van a ser eficiente y más barato, porque, ahora sí, los tomatazos van salir de todos lados y a muchos les va a faltar espalda para recibirlos.

Además, tampoco vayan a manejar la tesis de que, ahora sí, se va a acabar la pobreza, porque el incremento de pobres en el presente sexenio fue tan desbordante, que ahora va a ser más difícil acabar con la susodicha pobreza. Que ahora sí, al fin, se va a acabar con la corrupción, ni se les ocurra decirlo. El problema no es la corrupción, es su hermanita la impunidad la que no cesa de estar fregando en el retroceso del país y ahí ya tenemos casi todos los trofeos ganados. No, no lo digan.

¡No, si prometer no les será difícil a los y a la aspirante a la nominación por la silla principal de palacio de gobierno! Cumplir es en donde se pondrá complicado el asunto.

Por eso, como decía el Príncipe de la Canción: ¡promesas no son más que quimeras, cuando llega el amor!.