En días recientes, el gobernador Cuitláhuac García hizo una apologética referencia respecto de su Secretario de Salud colocándolo en el figurativo colectivo como casi un genio de la ciencia médica y reconocerle sus méritos por sacar avante a los veracruzanos de la embestida del Covid19. Sin embargo, pese a ese buen intento, que más bien debe considerarse como un tímido autoelogio, la realidad nos arroja información en verdadero contraste con aquel laudatorio dicho: el sector salud a cargo de Ramos Alor no camina por los senderos de la eficiencia, la eficacia y la buena atención de salud para los veracruzanos; la escasez de medicinas es de desabasto permanente, los insumos y el equipo médico no son visibles a simple vista, y en cuanto a la pandemia, la entidad veracruzana se significa por aportar un grueso contingente de defunciones a la abultada estadística nacional. Si bien a Ramos Alor, le habrá sonado como dulce melodía el reconocimiento de su jefe, debiera ponerle dedicada atención a la tonada proveniente desde el llano veracruzano, porque va revestida de llanto, dolor y desesperación de enfermos ayunos de las atenciones que se merecen para recuperar su salud, pero que con mucha dificultad encuentran.