Los morenos quedaron curados de espanto.
Dejaron de tenerle miedo a la crítica. Poco les importa su ignorancia enciclopédica y el abuso de poder, y el saqueo a la nación más que un delito es virtud, una habilidad en donde en tierra de ciegos el tuerto es el rey.
Qué importa que la tribuna legislativa se haya convertido en un zoco de mentadas de madre.
Poco cuidado les tiene que en nombre de los pobres acudan -como cuando se voltea un tráiler en la carretera- a la rapiña pública, al robo a lo descarado, a la complicidad ante el levantamiento, ajusticiamientos entre ellos, al cobro de piso, el trasiego y el reclutamiento de niños delincuentes.
Ser de barrio, más que un honor, se convirtió en pretexto para fustigar al estudioso, al próspero, al atentar contra la decencia social, la honestidad, ser un huevón es un orgullo, un mantenido vía dádivas de programas, más que sociales, electoreros.
La reflexión surge luego de observar cómo nuestros gobernantes -¡hoy todos somos Morena!- se conducen con tal cinismo en donde lo que menos importa es el servicio público, es la engañifa y la demagogia como pretextos para hundir cada día más al entorno social, para llevarnos por los caminos de la transa y pasar a formar parte, si es que no lo somos ya, un país bananero más.
Sería el decadente sistema corrupto en el poder hasta hace siete años el que abrió las puertas de Palacio Nacional y las arcas del erario a una horda de resentidos sociales que por décadas vieron pasar el abuso de poder y complicidad con el crimen organizado, para tomarlos como ejemplos y llevarnos a la aberración social que hoy padecemos.
Sería López Obrador, quien de lamebotas de Cuauhtémoc Cárdenas -ambos priistas-, lleno de frustraciones y ver pasar ascensos burocráticos y los espacios de poder aldeano, así como carretadas de dinero frente a sus ojos, se convierte en el hombre más poderoso de México.
Para alcanzar su sueño tuvo, sin embargo, que rodearse de la peor escoria.
Del analfabetismo de las grandes masas sociales, de abrazarse de la violencia, de tejer una alianza con los Carteles llevando como preferencia a “El Chapo” –“¡No le digan chapo, por favor, es don Joaquín”!-, a los jóvenes desempleados y resentidos, a las mujeres plagadas de hijos que transcurrían la vida en medio de las mentadas de madre y miseria, de la burocracia atrapada en salarios de hambre, de funcionarios que nunca ascendieron a nada por su incapacidad, de pasantes poco preocupados por alcanzar un título, de envidiosos y resentidos por no ser guapos como los que presentaba Televisa en sus telenovelas.
Así, del 2006 al 2018, el legendario Peje fue como construyó su imperio, el imperio de los pobres, el que, a base de engaños, prometió grandeza nacional ¡Primero los Pobres! para terminar colocándolos como “animalitos a los que hay que llevarle de comer”, a los que no deben aspirar más allá de “un par de zapatitos y un pantaloncito por qué “¿para qué quieren más?”, decía tras mostrar su vieja cartera con 200 pesos.
Así, con su grupo de marginados y resentidos llega al máximo cargo de elección, pero ya decantado, cansado de tanta lucha, con amarguras de vida y con venganzas por cobrar contra quienes de una vida lo atajaron, incluyendo a la élite de su propio movimiento conformada por verdaderos líderes sociales como Muñoz Ledo, Efigenia, Heberto, Campa, Martínez Verdugo, Rubén Aguilar, Monsiváis y tantos otros más, todos auténticos luchadores sociales.
Prefiere a sus mozos, a sus cacalovers, que serían premiados con largueza, a sus correos financieros que le llevaban al regazo el dinero de las mafias criminales, al recurso financiero de los empresarios dispuestos a “invertir” más que para ser premiados, para no ser despojados de ilícitas ganancias como han sido los casos de Salinas Pliego y los cinco mas ricos de México, Carlos Slim, Germán Larrea, Alejandro Bailleres y Juan Beckmann.
Y ahí, en ese grupito, se guarda el mejor secreto chairo, el que esconde el poderoso empresario financiero Alfonso Romo, quien todavía hace unos meses era nota de ocho al ser señalado como el “narcolavador” de cientos de miles de millones de pesos.
Ese ha sido el destino manifiesto de México tras dar paso a una horda que llevó a endeudar a México ocho veces más de lo que ya arrastrábamos.
¿Y qué decir de la pandilla Morena y sus quince más ricos?
Qué decir de esa lista de millonarios cuentahabientes, obtenida y difundida por la Casa Blanca, que encabeza el exmandatario, a quien acompañan catorce personajes cercanos a él.
Es una lista ignominiosa que quedó conformada por López Obrador y sus hijos Andrés Manuel (“Andy”) López Beltrán y Gonzalo, el senador Adán Augusto López y nuestra ilustre gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle García.
Ocupando lugares relevantes en fortunas en dólares se ubican además Américo Villarreal Anaya, gobernador de Tamaulipas, Marina del Pilar Ávila Olmeda, gobernadora de Baja California, el inteligente secretario de Educación Pública, Mario Delgado, el viejo priista Manuel Bartlett Díaz, el mismo que tiró el sistema de cómputo para entregar la Presidencia a Salinas y echar a la basura a Cárdenas, la tianguista Clara Marina Brugada, hoy Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard Casaubón, secretario de Economía y el perverso vocero de AMLO y hoy de Sheinbaum, Jesús Ramírez Cuevas.
La mera cúpula de Morena y nada más.
Esa es la oligarquía económica y política que padecemos. Son los que mandan y, como dice la vieja guardia, si se equivocan vuelven a mandar.
¿En qué momento dejamos que todo esto sucediera? ¿Por qué nos pasó de largo la escalada criminal que nos dejó 199 mil 616 asesinatos en el obradorato? ¿Por qué nos conformamos con los míseros centavos que como viejos o como chavos huevones nos da el llamado Banco del Bienestar?
México duerme mientras suceden crímenes de lesa humanidad como el ocurrido hace unos días en el alcalde Uruapan, Carlos Manzo.
Hoy la pregunta es ¿Hasta cuándo?
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo
