En primer lugar, una mentada de madre, dice el clásico, es como las llamadas a misa: va quien quiere, nadie pasa lista y no hay indulgencia plenaria por repetirla. Así que cuando al secretario de Gobierno le preguntaron por las mentadas dirigidas a la Gobernadora, uno pensaría que tendría el pudor de hacer oídos sordos, pero no, se aventó a declararlas “pecado mortal”.

Porque, vamos, bajar al secretario de Gobierno –¡el número dos del gabinete!– al nivel de los lavaderos de Xallitic para conocer su opinión sobre mentadas de madre, es como pedirle al Obispo que comente sobre la calidad del chisme en la cola de las tortillas. ¡Un despropósito! Él solito y su alma pudo haber salido del apuro con un: “Disculpen, estas expresiones ciudadanas son respetables, pero no es mi función comentarlas, y menos tratándose de insultos a una investidura”. Punto. Pero no… parece que el atrio de la Catedral lo iluminó.
Y es que habría que mirar más allá del sentado oficial y ver el teatro completo. El respetable público se divide en tres butacas:
Luneta o Zona VIP: los que aseguran que la Gobernadora se ha ganado sus mentadas a pulso gracias a su tenacidad… ah no, perdón, a su necedad y modos cuando enfrenta a la prensa…
Palco: los que opinan que por ser dama merece respeto absoluto, silencio monástico y quizá flores
Gayola: Y los que, con admirable sinceridad, declaran que les vale madres si se la mientan o no porque, francamente, tienen problemas o asuntos más importantes que atender… no como Ahued o como yo.
El detalle es que el secretario sí puede y debe responder cuántas marchas hubo este 15N, si bloquearon calles, si afectaron palacios municipales, centros comerciales, edificios históricos; cuántos policías se movilizaron, cuántas personas asistieron. Datos, hechos, información, esas cositas que justifican un puesto público. Pero no: lo metieron al ruedo de la mentada de madre y ahí se sintió cómodo. Tal vez porque la Catedral le quedaba enfrente… una llamada a misa…
Y luego vino la homilía completa: que ninguna mujer merece una mentada de madre; que vivimos el “año de las mujeres”; que la crítica sí, pero el insulto no; que esto ya era “una verdadera barbaridad”. Muy respetable. Aunque curioso que la barbaridad no fue la protesta ni el motivo de ella, ni el tono creciente del descontento, sino la grosería misma. El viejo truco: si no puedes negar el problema, indígnate del vocabulario.
Los manifestantes cumplieron su papel: rechiflas, consignas, mentadas de madre, y todo el repertorio clásico de la inconformidad mexicana. “Huachicoleros”, “vende patrias”, “narcoestado”… “Chinga tu madre”… el menú completo!
Ahued remató defendiendo el “trabajo incansable” de la Gobernadora, su carácter fuerte, su dedicación nocturna-diurna y su incorruptibilidad. Casi faltó decir que también multiplica los panes.
El público juzgará. Pero lo cierto es que en política, la mentada de madre no es más que el termómetro más honesto que tiene un pueblo bueno y sabio. El problema de una mentada de madre no es que la griten… sino que cada vez la griten más fuerte.