Por Rubén Ricaño Escobar
La manifestación ciudadana del fin de semana en la Ciudad de México dejó al descubierto algo más profundo que un choque entre manifestantes y policías: mostró la creciente ruptura entre la sociedad y el Estado mexicano. No fue un incidente aislado, sino el síntoma visible de un malestar acumulado durante años de violencia, impunidad y un retraimiento deliberado del Estado frente al crimen organizado.
Un país que exige seguridad y no encuentra respuesta
Miles de personas marcharon de manera pacífica y plural: familias, jóvenes, mujeres, personas mayores. La demanda era elemental y legítima: un alto a la violencia y a la impunidad. La ciudadanía salió a las calles porque siente que el Estado mexicano ha dejado de cumplir su función más básica: proteger la vida.
En lugar de escuchar esa exigencia, el gobierno respondió con cerrazón. Días antes, el Zócalo fue blindado con vallas metálicas. Cercar la plaza pública más importante del país envió un mensaje claro: el poder se protege de su gente.
Encapuchados ajenos a la marcha y el pretexto perfecto
Al llegar al Centro Histórico, aparecieron grupos de encapuchados que actuaron con violencia y derribaron vallas. Su comportamiento contrastaba con el tono pacífico del resto de la marcha. Aunque no se puede afirmar su origen, sí es evidente que sus acciones no representaban a los manifestantes y terminaron sirviendo como detonador de la represión.
En minutos, el carácter cívico de la marcha quedó opacado por un operativo policial desproporcionado.
La fuerza que no se usa contra el crimen se usó contra los ciudadanos
Las imágenes difundidas muestran a policías golpeando mujeres y jóvenes, familias encapsuladas, detenciones sin debido proceso y un uso de la fuerza incompatible con cualquier protocolo democrático. Paradójicamente, el Estado mexicano actuó con una dureza que no exhibe frente a los grupos criminales que realmente amenazan al país.
Este contraste —tolerancia hacia el crimen, fuerza contra la ciudadanía— explica por qué el caso ha tenido eco internacional.
El mensaje de fondo
La represión en el Zócalo es un recordatorio doloroso: la relación entre sociedad y Estado mexicano atraviesa una crisis profunda. Cuando la ciudadanía teme tanto al crimen como a las instituciones que deberían protegerla, el pacto social se debilita.
Reconstruir desde lo local
La salida no vendrá solo desde el centro del poder, sino desde lo local. México necesita instituciones cercanas a la gente, gobiernos municipales capaces de escuchar, prevenir, proteger y responder. La reconstrucción del Estado comienza en la comunidad, no en el atrincheramiento del poder.
México no está vencido. México está esperando que su Estado vuelva a servirle.
