EL LINCE / POR: CÉSAR A. VÁZQUEZ LINCE
“El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres.”
— Platón
Otra vez la muerte tuvo nombre, rostro y oficio. Se llamó Carlos Manzo Rodríguez, alcalde de Uruapan, y tuvo la osadía de pedir ayuda al gobierno federal antes de ser ejecutado. Dijo: “No quiero ser otro de los alcaldes asesinados.” Y lo fue.
Hace apenas unas semanas, José Guadalupe Casas Rodríguez, conocido como Don Nico, transmitía en vivo mientras denunciaba los baches de su calle. No gritaba consignas, no hablaba de revolución: pedía caminos transitables. Y lo mataron a balazos.
Dos hombres distintos. Uno gobernaba, el otro solo pedía dignidad. Ambos fueron asesinados por atreverse a señalar el abandono, ambos víctimas de un Estado que ya no gobierna, sino que administra la resignación.
“Cuando el crimen se hace costumbre, la virtud se vuelve sospechosa.”
— Montesquieu
México ya no está al borde del precipicio: hace tiempo que cayó, y el gobierno aún discute si conviene mirar hacia abajo. Mientras el país arde, el discurso oficial prefiere hablar de solidaridad con Cuba o Venezuela, de abrazos ideológicos con regímenes que, paradójicamente, persiguen la libertad que aquí también agoniza.
La mayoría de los mexicanos no queremos adoctrinamientos tropicales ni consignas importadas: queremos vivir sin miedo, queremos que caigan los dictadores allá y los criminales acá.
Pero en Palacio Nacional parece más importante posar con líderes extranjeros que mirar a los ojos a las viudas de los alcaldes, a los huérfanos de los policías o a los vecinos que cada día pagan extorsiones para seguir vendiendo tortillas, carne o gasolina. Porque sí: el crimen organizado maneja ya los precios de la canasta básica. Decide quién vende, quién transporta, quién vive y quién no. Y el Estado, convertido en un espectador impotente, apenas se atreve a poner vallas cuando alguien exige justicia.
“El poder no corrompe. El miedo corrompe… el miedo a perder el poder.”
— John Steinbeck
El Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana repite su letanía de cifras amañadas, mientras las morgues se llenan de nombres que no caben en sus reportes. La estrategia oficial —si es que alguna existe— se hunde en un pantano de improvisación y propaganda. Hablan de “coordinación interinstitucional”, pero los ciudadanos solo vemos funerales intersemanales.
México se desangra mientras su gobierno gasta en diplomacia simbólica y abrazos selectivos. Los criminales dominan territorios, impuestos y precios; los funcionarios honestos mueren pidiendo ayuda.
Y nosotros, los que aún escribimos, solo podemos insistir: la indiferencia también mata.
“El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por los que sí lo hacen, pero peor.”
— Aristóteles
Porque si el gobierno ya no puede —o no quiere— garantizar la vida de quienes sirven y denuncian, ¿qué nos queda a los demás?
Quizá solo el derecho —y el deber— de no callar.
