Si algo debería preocuparnos en Veracruz es la ligereza con la que se juega con sectores estratégicos. Y entre ellos, el turismo encabeza la lista. No es un lujo ni un capricho: es una industria que genera empleo, identidad y desarrollo regional. Por eso sorprende —o quizá ya no tanto— que el proyecto turístico del estado llegue a 2026 sin brújula, sin presupuesto operativo y con un secretario que, más que timonel, parece pasajero involuntario de un barco que otros conducen.

Está muy claro que la secretaria de Cultura ya le ganó el mandado y el presupuesto, pues es la que en este primer año de gobierno se encargó de ¿organizar? Todas las ferias, conciertos y eventos turísticos.

Comencemos por lo evidente. Con los nuevos recortes presupuestales, la Secretaría de Turismo de Veracruz apenas contará con recursos para cubrir nómina y renta de oficinas. Nada de inversión, nada de promoción, nada de estrategia. En términos llanos: una dependencia destinada a sobrevivir, no a operar. Y pretender impulsar el turismo sin presupuesto es como querer encender un faro sin electricidad: pura ilusión.

A ello se suma el episodio público de hace unos días, cuando la gobernadora Rocío Nahle llamó la atención al secretario Igor Rojí López en un evento oficial, instruyéndole —con un tono que varios calificaron de autoritario— a no firmar documento alguno “sin su autorización”. Más allá del estilo y las formas, lo relevante es lo que revela: un funcionario limitado, subordinado, sin autonomía para dirigir la dependencia que encabeza. Un secretario que no puede firmar es, en términos administrativos, un secretario que no puede decidir.

Conviene recordar que Igor Rojí no llegó por accidente a la vida pública. Como alcalde de Orizaba fue uno de los casos exitosos de gestión municipal más citados en el país: administración ordenada, impulso turístico y una ciudad que logró reposicionarse en el imaginario nacional. Por ello sorprende verlo ahora en un papel secundario, sin margen de maniobra ni herramientas para replicar lo que en su momento logró con eficacia.

Pero la crítica no debe centrarse en una persona sino en la estructura que lo rodea. El verdadero problema es que Veracruz se está quedando sin política turística. Un estado con costas, festivales, patrimonio histórico, gastronomía reconocida y un mosaico cultural extraordinario no puede darse el lujo de improvisar en un sector que, bien manejado, podría convertirse en motor económico.

El recorte presupuestal no es un dato aislado: es una señal. Y una muy seria. Significa que el turismo ha dejado de ser prioridad. Implica que la promoción estatal quedará supeditada a la voluntad política de quienes sí tienen cartera abierta para proyectarse, mientras la dependencia formal carecerá de los recursos mínimos para cumplir su función. Y eso genera un vacío que, inevitablemente, lo llenará la inercia.

El futuro inmediato de la Secretaría de Turismo exige claridad. O se le dota de autonomía, presupuesto y dirección, o se reconocerá abiertamente que ha sido reducida a un papel decorativo. Lo que resulta inaceptable es mantener una estructura debilitada que, en lugar de impulsar al estado, simplemente funcione como acompañante silencioso de decisiones ajenas.

El turismo no se gobierna con discursos ni con fotografías. Se gobierna con presupuesto, planeación, autonomía y visión. Veracruz merece una política turística al nivel de su enorme potencial. Y ese potencial no puede depender de funcionarios sin margen de acción ni de oficinas sin recursos para operar.

La pregunta de fondo es sencilla: ¿queremos un turismo que genere desarrollo o una Secretaría que sólo firme oficios cuando le permitan hacerlo?

La respuesta no debería tardar. El tiempo —y la economía del estado— no espera.