A simple vista, el malecón del puerto de Veracruz luce mejor que nunca. Las nuevas estructuras de los puestos de artesanías, impecablemente ordenadas y coloridas, proyectan una imagen turística renovada que alegra la vista del visitante. El paseo luce digno, presentable, hasta presumible. Sin embargo, detrás del brillo de las obras, hay una pregunta que sigue flotando en el aire salino del Golfo: ¿para quién se está modernizando el puerto de Veracruz?

Porque mientras los turistas se toman la foto frente al mar en el malecón y los veracruzanos aplauden los cambios estéticos, la realidad es que, después de miles de millones de pesos invertidos en la llamada “modernización portuaria”, no se ha construido el muelle para cruceros turísticos que, desde hace años, se promete una y otra vez. La promesa se repite con cada administración, como si fuera una plegaria de temporada: “ahora sí van a llegar los cruceros”. Pero la realidad, testaruda como el oleaje, se impone: los cruceros siguen sin llegar.

Y eso sí que tiene consecuencias. Porque el arribo de cruceros no solo implica turismo: representa empleo, derrama económica, impulso al comercio local, al transporte, a la gastronomía, a la artesanía. En otras palabras, desarrollo para la gente. En cambio, las multimillonarias obras de infraestructura que se ejecutan en los muelles parecen beneficiar más a intereses corporativos o logísticos que a la población que vive del día a día en el puerto.

¿De qué sirve un puerto de “primer mundo” si los veracruzanos siguen viviendo con los problemas del tercero?
La modernización no puede medirse únicamente en concreto, acero o inversiones cuantiosas, sino en bienestar tangible. Lo moderno no debería ser solo lo visible, sino lo útil.

Veracruz, con más de cinco siglos de historia portuaria, ha sido testigo de transformaciones que marcaron al país. Durante el Porfiriato, por ejemplo, no solo se construyó el recinto portuario, sino también la estación de ferrocarriles y los edificios emblemáticos que aún rodean el malecón. Obras que respondían a una visión integral del desarrollo, donde infraestructura y funcionalidad caminaban de la mano. Hoy, en cambio, parece que la prioridad es la foto del corte de listón, no el beneficio colectivo.

El contraste es claro: por un lado, los modernos muros del puerto resguardan millones; por el otro, los artesanos, comerciantes y prestadores de servicios esperan, con paciencia resignada, el día en que llegue el primer crucero y con él la posibilidad de mejorar su economía.

Tal vez habría que preguntarse —como ciudadanos, no solo como espectadores— si el progreso que se presume es realmente progreso para todos, o si el puerto solo se moderniza para unos cuantos.
Porque la belleza del malecón recién remodelado no debe distraernos del hecho de que el desarrollo sin inclusión es apenas un espejismo decorado.

Veracruz merece más que promesas repetidas. Merece políticas con visión, obras con propósito y autoridades que miren más allá del concreto. Después de todo, como bien dicen los viejos marineros del puerto, no basta con reparar el barco: hay que saber hacia dónde navegar.