Por Rubén Ricaño Escobar

En los últimos días, la imagen de un muro de hierro levantado frente al Palacio Nacional ha recorrido el país. No es un gesto menor ni una simple medida de seguridad: es un mensaje político en sí mismo.

En vísperas de una gran manifestación ciudadana contra la inseguridad y el mal gobierno, el poder ha optado por aislarse tras láminas de acero, soldadas una a una frente a la mirada de millones. No se trata solo de una barrera física, sino de un símbolo de lo que ocurre cuando un gobierno deja de escuchar.

Un liderazgo auténtico no se defiende con muros, sino con diálogo, transparencia y resultados. La legitimidad no se protege con barreras metálicas, sino con la confianza ciudadana que nace del respeto y la rendición de cuentas.

En un país lastimado por la violencia y la desigualdad, lo que México necesita no es más blindaje, sino más humanidad; no más distancia, sino más cercanía.
Porque cuando el poder se encierra, el pueblo siempre encuentra la manera de abrir la puerta.