LA DELGADA LÍNEA ENTRE MI OPINIÓN Y LA TUYA / POR: JULIO VALLEJO

Hablar del campo nacional es como agarrar una tuna con la mano: el intento desata una ola de consecuencias, te pinchas al querer sacarte la espina, la vista se nubla y, al final, te quedas con la decepción de no poder saborearla.

Nubes oscuras han caído sobre los campos agrícolas a lo largo de la historia, y hoy no es la excepción. La creciente dependencia alimentaria nos vuelve vulnerables, pues la comida es un asunto de seguridad nacional. Cuando los agricultores se ven obligados a tirar sus productos o dejarlos podrir en sus parcelas, es una señal de que algo anda muy mal. Si a eso le sumamos un paro nacional en más de veinte estados, queda claro que una lluvia de zopilotes negros está haciendo sombra a nuestros campos.

México, ocupa el duodécimo lugar a nivel mundial en producción de diversos alimentos. Cuenta con 32.1 millones de hectáreas de superficie agrícola, aunque la cifra varía cada año.

La crisis que está viviendo el campo en México, se deriva de múltiples factores: estructurales, económicos, climáticos y, sobre todo, de seguridad, que impactan especialmente a los pequeños productores. Para agravar la situación, se suma el encarecimiento de insumos (fertilizantes, semillas y pesticidas) y la falta de financiamiento. Como gusanos barrenadores, la entrada masiva de productos importados, la acción de intermediarios abusivos, el abandono de tierras, el escaso relevo generacional y la migración de jóvenes del campo terminan de corroerlo. Es así, que el campo siembra abandono y cosecha hambre.

Retomando el tema de la seguridad, la criminalización del campo que opera por medio de la extorsión, el cobro por el uso de parcelas, por la cosecha y por el transporte, genera un círculo vicioso de pobreza, desigualdad y dependencia alimentaria.

La falta de políticas públicas adecuadas, hace que el campo sea cada vez menos rentable y sostenible. Por ello, es imperativo reorientar el presupuesto agrícola hacia la productividad, la innovación y la adopción tecnológica. También, es necesario reestablecer mecanismos de comercialización que den certidumbre y apoyo a los productores, eliminando a los intermediarios y, de manera crucial, combatiendo al crimen organizado.

Este espantapájaros —una figura que amenaza y no protege— provoca que los pobladores abandonen sus tierras. Ante los recortes presupuestales, los programas ineficaces y la ausencia de inversión, solamente queda esperar que el olvido no mutile al escudo nacional, quitándole los nopales y matando a la serpiente que alimenta al águila. Mientras al campo mexicano, le siguen llorando sobre la tierra seca, naciones como Japón demuestran que es posible producir más alimentos con menos recursos, gracias a una inversión estratégica en infraestructura y tecnología.

El espantapájaros solo derrama sangre.

Hablar del campo nacional es como agarrar una tuna con la mano: el intento desata una ola de consecuencias, te pinchas al querer sacarte la espina, la vista se nubla y, al final, te quedas con la decepción de no poder saborearla.

Nubes oscuras han caído sobre los campos agrícolas a lo largo de la historia, y hoy no es la excepción. La creciente dependencia alimentaria nos vuelve vulnerables, pues la comida es un asunto de seguridad nacional. Cuando los agricultores se ven obligados a tirar sus productos o dejarlos podrir en sus parcelas, es una señal de que algo anda muy mal. Si a eso le sumamos un paro nacional en más de veinte estados, queda claro que una lluvia de zopilotes negros está haciendo sombra a nuestros campos.

México, ocupa el duodécimo lugar a nivel mundial en producción de diversos alimentos. Cuenta con 32.1 millones de hectáreas de superficie agrícola, aunque la cifra varía cada año.

La crisis que está viviendo el campo en México, se deriva de múltiples factores: estructurales, económicos, climáticos y, sobre todo, de seguridad, que impactan especialmente a los pequeños productores. Para agravar la situación, se suma el encarecimiento de insumos (fertilizantes, semillas y pesticidas) y la falta de financiamiento. Como gusanos barrenadores, la entrada masiva de productos importados, la acción de intermediarios abusivos, el abandono de tierras, el escaso relevo generacional y la migración de jóvenes del campo terminan de corroerlo. Es así, que el campo siembra abandono y cosecha hambre.

Retomando el tema de la seguridad, la criminalización del campo que opera por medio de la extorsión, el cobro por el uso de parcelas, por la cosecha y por el transporte, genera un círculo vicioso de pobreza, desigualdad y dependencia alimentaria.

La falta de políticas públicas adecuadas, hace que el campo sea cada vez menos rentable y sostenible. Por ello, es imperativo reorientar el presupuesto agrícola hacia la productividad, la innovación y la adopción tecnológica. También, es necesario reestablecer mecanismos de comercialización que den certidumbre y apoyo a los productores, eliminando a los intermediarios y, de manera crucial, combatiendo al crimen organizado.

Este espantapájaros —una figura que amenaza y no protege— provoca que los pobladores abandonen sus tierras. Ante los recortes presupuestales, los programas ineficaces y la ausencia de inversión, solamente queda esperar que el olvido no mutile al escudo nacional, quitándole los nopales y matando a la serpiente que alimenta al águila. Mientras al campo mexicano, le siguen llorando sobre la tierra seca, naciones como Japón demuestran que es posible producir más alimentos con menos recursos, gracias a una inversión estratégica en infraestructura y tecnología.

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