Había que ver en vivo y a todo color el nuevo formato de las comparecencias de los secretarios de despacho del Gabinete de Nahle para tratar de entenderlo. Un performance democrático minimalista, casi dietético, donde la estrella invitada –esta vez Ricardo Ahued– salió tan intacto que parecía haber asistido a un spa y no puesto a disposición de los legisladores. Si el objetivo era que nadie sudara, dudara o tartamudeara, ¡felicidades! misión cumplida.

El debut empezó con precisión quirúrgica… quirúrgica de hospital público, ¡claro! programado a las 10, arrancó casi a las 10:30, entre un desorden digno de estreno de telenovela, pero sin el glamour, reflectores o el presupuesto.

Así que el tiempo más largo fue la espera. Porque, si algo caracteriza al nuevo modelo de rendición de cuentas, es que rinde poco, cuenta menos y entretiene casi nada.

Ya que arrancó, eso sí, todo fluyó en fast–track; la comparecencia fue tan breve que ni el café alcanzó a enfriarse.

El sistema es sencillo: todos los diputados de las fracciones legislativas preguntan primero, uno por uno, y luego el secretario responde… también, uno por uno. O bueno, responder es un decir. Con veinte minutos totales para atender preguntas, dudas, indirectas, reclamos y alguna que otra fantasía legislativa, el compareciente apenas tiene tiempo de saludar, agradecer y recitar dos líneas del boletín oficial. ¡Claro que han de quedar preguntas sin respuesta! Pero eso no es una falla del sistema: es tradición. La innovación aquí es que ahora pueden culpar al reloj.

El nuevo formato promete “orden” y “agilidad”, pero en la práctica tiene el encanto de un trámite bancario sin aire acondicionado. Se mata al cuestionamiento… o quizás ése sea el objetivo… porque antes, quien más lucía, era el legislador que cuestionaba; porque de un modo u otro, se daba un toma y daca inmediato que se quiera o no, le daba un plus a las comparecencias.

Ahora ya no hay ritmo, no hay choque, no hay chispa. La comparecencia se vuelve una especie de misa laica donde todos cumplen su turno y nadie se despeina. Especialmente Ahued.

¿Y los opositores? Ah, ellos tienen dos opciones: o aprenden a usar este formato descafeinado para sacar carnita donde ya no hay proteína, o esperan a que alguna otra Legislatura decida reformatear otra vez el sistema, quizá con más emoción o volver a la antigüita. Por ahora, el formato es tan plano que podría servir como nivel de albañil.

Lo rescatable –porque siempre hay que ver el vaso medio lleno, aunque sea de agua tibia– es que ya no llena el recinto de porras, claques y focas aplaudidoras. Con veinte invitados basta y sobra para simular entusiasmo, aplaudir lo que no se entiende y celebrar lo que no ocurrió. Es un avance: menos ruido, menos espectáculo, menos circo… aunque también, admitámoslo, mucho menos diversión.

Total, el nuevo sistema de comparecencias logró lo que parecía imposible: convertir uno de los shows políticos más sabrosos del año en un trámite plano, neutro, sin sobresaltos. Un caldo sin sal donde ni siquiera hay tiempo para bostezar.