Por Raúl Vázquez Montoya
La iniciativa del Ejecutivo despierta respaldo ciudadano, pero también temores sobre el futuro del pluralismo político. La propuesta de reforma electoral impulsada por la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha encendido el debate nacional. En medio de un clima de desconfianza hacia los partidos tradicionales y una creciente exigencia ciudadana por austeridad y eficiencia, la iniciativa parte con un respaldo social. El descrédito acumulado de los legisladores acusados de excesos, privilegios y desconexión con la ciudadanía ha generado una percepción generalizada de que hay demasiados diputados y que muchos son innecesarios. La eliminación de legisladores plurinominales tanto diputados como senadores y la reducción del financiamiento público a los partidos políticos conectan directamente con el hartazgo social. La ciudadanía, cansada de la impunidad y la corrupción, ve en esta reforma una oportunidad de depuración institucional y una vía para recuperar la confianza en el sistema democrático. La eliminación de los plurinominales representa una de las medidas más discutidas de la reforma. Al suprimir esta vía de representación proporcional, se busca adelgazar el aparato legislativo y reducir costos. Sin embargo, sus implicaciones podrían redefinir el equilibrio político del país y abrir la puerta a una hegemonía partidista. Los partidos que dependen de los plurinominales para mantener representación legislativa especialmente el PRI y el PAN corren el riesgo de quedar marginados del Congreso. En un escenario donde solo se elijan legisladores por mayoría relativa, estos partidos, ya debilitados por sus pobres resultados electorales, podrían incluso perder el registro nacional. Esto implicaría su desaparición como actores políticos relevantes, marcando una reconfiguración histórica del sistema partidista mexicano. Los partidos aliados del oficialismo, como el PT y el PVEM, también enfrentan un dilema. Aunque han acompañado al partido gobernante en diversas reformas, su supervivencia legislativa ha dependido históricamente de los plurinominales. La posibilidad de quedar fuera del Congreso ha generado tensiones internas, y la presión que ejercen podría obligar al Ejecutivo a moderar su propuesta. En este escenario, la reforma podría reducirse a una mera disminución del número de plurinominales, en lugar de su eliminación total. En medio de este reacomodo, Movimiento Ciudadano (MC) podría emerger como la segunda fuerza política del país. Con una narrativa de alternativa moderna y una base creciente en estados estratégicos, MC se beneficiaría del colapso de los partidos tradicionales y del desgaste de los aliados del oficialismo. Esta reforma, incluso en su versión atenuada, podría ser el catalizador que lo consolide como el principal contrapeso político. En medio de una agenda saturada de problemas internos, el Congreso se verá obligado a abordar una reforma que podría redefinir el sistema político. A esto se suma la presión externa del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien ha señalado que México permanece petrificado ante el crimen organizado y la institucionalización del crimen. Pero también pesa la presión interna de una ciudadanía que exige respuestas. En este contexto, la iniciativa podría encontrar no solo respaldo político, sino también aprobación social, lo que la convertiría en una demanda legítima de transformación democrática. La reforma plantea una disyuntiva crítica: ¿estamos ante el nacimiento de un sistema bipartidista con Morena y MC como protagonistas, o ante el riesgo de una hegemonía encubierta? Si la oposición se fragmenta y los contrapesos institucionales se debilitan, México podría enfrentar una concentración de poder sin precedentes desde la transición democrática. La desaparición de partidos históricos y el debilitamiento de las minorías legislativas podrían convertir al Congreso en una cámara de eco del Ejecutivo, erosionando el pluralismo político. El gran legado de la Presidenta reside en su capacidad para construir los consensos que permitan concretar la reforma electoral que el país demanda. Si su liderazgo logra distinguirse por una voluntad de diálogo, por la búsqueda de equilibrios y por una apuesta por la transformación democrática, entonces su papel será histórico. Su desafío es articular una reforma que fortalezca la confianza ciudadana, garantice la equidad en la contienda y consolide la autonomía de las autoridades electorales. Si consigue ese objetivo, su nombre quedará inscrito como arquitecta de una nueva etapa en la vida democrática de México. Por otro lado, las circunstancias políticas le brindan la oportunidad de sacudir las ramas del árbol para reacomodar sus fichas, en busca de estabilidad y gobernabilidad duradera. Pero para consolidar ese camino, deberá liberarse de los controles internos que amenazan con apropiarse de los espacios políticos, generando posibles rupturas que podrían poner en riesgo la continuidad y consolidación del proyecto de la Cuarta Transformación.
