DESDE EL CAFÉ / POR: BERNARDO GUTIÉRREZ

Más allá del dolor y la consternación nacional que provocó el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, lo que debe tener preocupados a la presidenta Claudia Sheinbaum y a su gabinete de seguridad, es la forma en que se cometió el crimen.

A Carlos lo mataron en una plaza pública, cuando era el centro de atención de decenas de personas y estaba custodiado por 14 elementos del Ejército y al menos cinco policías municipales. Y quien lo mató fue un joven al que no le importó cambiar su vida por la del munícipe.

El hecho de que este sujeto haya recibido la encomienda de acribillar al alcalde aún a costa de su vida, (al estilo de los kamikaze que enviaba Pablo Escobar a explotar junto con los edificios que dinamitaban), es una muestra del desmedido poder de los malos en un estado del que son los dueños indiscutibles.

El asesinato cometido el sábado anterior, le echó a perder a Claudia la fiesta que su gobierno había preparado para este lunes en Los Pinos con motivo del Mundial de Futbol. La conferencia de prensa que encabezaría en la que por 84 años fue la residencia oficial de 14 presidentes, se canceló para hacerse donde siempre; en el salón Tesorería de Palacio Nacional.

La presidenta llegó a su peor mañanera con la cara desencajada, con huellas de no haber dormido bien y visiblemente malhumorada.

Primero se apegó al librito: “Lamentamos profundamente este vil y cobarde asesinato, enviamos nuestras sinceras condolencias a la familia y les decimos que no habrá impunidad…”.

¿Y luego?

Pues a buscar culpables y ahí siguen Felipe Calderón, Genaro García Luna, los comentócratas y conductores que para eso están, para que los bañen de estiércol unas autoridades que están más preocupadas por evadir su responsabilidad que por gobernar para 130 millones de mexicanos.

Qué desilusión fue escuchar a la presidenta culpar a medios y periodistas a los que llamó “buitres” y “carroñeros”, del baño de sangre que se vive en varias partes del país, pero especialmente en Michoacán, donde en los últimos 13 meses (es decir, durante el periodo de su gobierno) han matado a siete alcaldes y atentado contra otros diez.

“Hay quien pide como ocurrió en la guerra contra el narco, la militarización y la guerra; eso no funcionó al contrario, fue lo que generó toda esta violencia que apenas estamos disminuyendo. Fueron seis años de Calderón, seis años de Peña…” dijo la señora. Y hasta ahí se quedó.

Bonitamente se saltó los seis años de Andrés Manuel López Obrador, el sexenio de los abrazos no balazos y el más violento de la historia reciente. No hubo ni un reclamo para él, ni para su secretario de la Defensa y sus 14 elementos de la Guardia Nacional que custodiaron al alcalde de manera “periférica”. Tampoco un exabrupto contra el titular de Seguridad Ciudadana al que evidentemente le falló su sistema de inteligencia.

Y menos un mea culpa por desatender los reiterados llamados del munícipe asesinado para que enviara más elementos de seguridad a Uruapan. No nada de eso, la culpa fue de los carroñeros, de los buitres, de los comentocratas que invariablemente son de derecha.

“¿Qué proponen? -preguntó con fastidio en su mañanera- ¿la guerra contra el narco, que regrese García Luna, la intervención? Eso no llevará a ningún lado.”

Y casi al instante estallaron las redes. “¿Cómo se te ocurre preguntarnos que qué proponemos? Te pusimos ahí para que resuelvas el grave problema de la violencia, no para que nos preguntes cómo hacerlo”. “Propongo que envíes tu renuncia al Congreso”. “No te esperes a la revocación de mandato, ¡lárgate ahora!” “Qué vergüenza de presidenta tenemos”, fueron algunos comentarios.

Alguien debería decirle a la doctora Sheinbaum que el sobado discurso que le funcionó a Andrés Manuel ya no va con ella. Que más de 35 millones de mexicanos la llevaron a la presidencia para que resuelva broncas como la de Uruapan y no para que le siga echando la culpa a los de atrás.

Una auténtica presidenta hubiera aprovechado el foro del salón Tesorería para enviar un mensaje de esperanza a los michoacanos en particular y a los mexicanos en general: “Los alcaldes y la ciudadanía de Michoacán y de todo el país pueden estar tranquilos; su presidenta se compromete a que no volverá a suceder un hecho cobarde como el que ocurrió con Carlos Manzo”. Pero nada, se fue por el camino fácil: pegar de palos y culpar a la derecha.

Qué pena, caray.

Qué deplorable y patética se vio ayer la señora presidenta en momentos en que este país necesita con urgencia de una estadista y no de una pendenciera callejera.

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