Por Rubén Ricaño Escobar — Secretario Ejecutivo del Centro Municipalista para el Desarrollo (CMD-México)

“Los desastres no se evitan con discursos, sino con gobiernos locales preparados.”

Las imágenes de Veracruz y Puebla sumergidos bajo el agua son el retrato más crudo de la vulnerabilidad que viven nuestros municipios. En pocos días, la naturaleza hizo visible lo que los discursos políticos suelen ocultar: la precariedad institucional, la falta de previsión y la distancia entre el gobierno y la gente.

Las lluvias torrenciales que azotaron la región dejaron cientos de comunidades aisladas, miles de viviendas destruidas y pérdidas humanas que no debieron ocurrir. La magnitud del desastre reveló la ausencia de una política preventiva sólida y la eliminación de mecanismos ágiles de financiamiento, como el antiguo FONDEN, que durante años permitió respuestas rápidas y coordinadas. Hoy, los municipios enfrentan solos el caos, sin fondos inmediatos ni claridad sobre cómo acceder a los recursos federales.

La respuesta ausente del gobierno y la fuerza de la sociedad

Mientras la población improvisaba rescates, habilitaba albergues y organizaba cadenas de ayuda, la reacción de los gobiernos federal y estatales fue lenta, burocrática y plagada de declaraciones desafortunadas. En algunos casos, la tragedia se convirtió incluso en escenario de promoción partidista.

Frente a esa ineficacia, la sociedad civil volvió a demostrar que la verdadera fuerza del país está en su gente. Voluntarios, vecinos, iglesias, empresas locales y comunidades organizadas fueron quienes literalmente “sacaron el pecho” ante la emergencia. En Veracruz, pobladores de municipios como Poza Rica, Tuxpan, Coyutla y Papantla realizaron rescates con lanchas improvisadas; en la sierra norte de Puebla, familias enteras trabajaron en la remoción de escombros antes de la llegada de maquinaria oficial.

Esta solidaridad espontánea es la base de la resiliencia social, ese valor que no se decreta, sino que se construye desde la organización y la confianza.

El papel que deben asumir los municipios

El aprendizaje es claro: los municipios no pueden seguir siendo espectadores del desastre.
Deben convertirse en el núcleo operativo de la gestión del riesgo, con capacidad técnica, liderazgo político y respaldo ciudadano.

Esto exige varios pasos urgentes:
1. Actualizar los atlas de riesgo municipales y cruzarlos con información de vulnerabilidad social y territorial.
2. Integrar la gestión del riesgo y la adaptación climática en el Plan Municipal de Desarrollo, como eje transversal de la planeación local.
3. Crear Unidades Municipales de Gestión del Riesgo y Protección Civil, con personal técnico, presupuesto etiquetado y capacidad de coordinación inmediata.
4. Invertir en infraestructura de drenaje, reforestación y retención pluvial, priorizando zonas rurales y colonias populares donde el riesgo es mayor.
5. Impulsar campañas permanentes de cultura de prevención, en escuelas, mercados, colonias y barrios, para que la ciudadanía sepa cómo actuar antes, durante y después de una emergencia.

Resiliencia: la nueva gobernanza local

El cambio climático no espera. Cada temporada de lluvias es más intensa, más impredecible y más destructiva. No se trata de si volverá a pasar, sino de cuándo. Por ello, la gobernanza municipal del futuro deberá incorporar una lógica de anticipación, adaptación y aprendizaje continuo.

La resiliencia no es solo resistir el golpe, sino transformar las instituciones locales para reducir el riesgo estructural. Implica pasar de la dependencia de la ayuda externa a la autogestión informada, basada en datos, tecnología y colaboración intermunicipal.

Los municipios que hoy planifiquen con visión climática estarán mejor preparados para enfrentar los próximos eventos. Aquellos que sigan improvisando desde la urgencia, volverán a sufrir la pérdida de vidas, infraestructura y credibilidad social.

El desafío es enorme, pero también la oportunidad histórica de reformar la manera en que se gobierna localmente.
México necesita municipios fuertes, técnicos y solidarios, capaces de responder no solo a la emergencia, sino de prevenirla. Porque, como ha quedado demostrado, cuando el gobierno falla, la sociedad responde; pero lo justo, lo deseable y lo necesario es que los municipios lideren esa respuesta con inteligencia, anticipación y empatía.