A pesar de que para México ser sede de los diálogos entre la oposición y el gobierno de Nicolás Maduro es un logro diplomático, los venezolanos ven el encuentro con escepticismo, y demuestran que a través de los años han logrado generar anticuerpos contra la esperanza.

Parece como si de alguna manera se hubieran vacunado en su afán de resistir la difícil situación económica y el derrumbe de la calidad de vida, que se ha acelerado desde que hace siete años Nicolás Maduro tomó el poder sin intenciones de dejarlo. Aunque el país lleve ocho años consecutivos en recesión y el 80% de su PIB se haya contraído.

Su proyecto de poder se ha posicionado antes que cualquier proyecto de nación y se sustenta en un escenario sin complicaciones fundamentales al toparse con una oposición dividida y debilitada, que parece haberse olvidado de lo que unidos pueden lograr. Como en aquel diciembre de 2015, en el que juntos lograron derrotar al oficialismo en los comicios legislativos.

De hecho, el único bloque que estará presente de ellos en México, será el denominado G-4 formado por las fuerzas más importantes de la disidencia antichavista y afín a Juan Guaidó, quien fue nombrado presidente interino y reconocido por más de 50 países, después de que la reelección de Maduro en 2018 fuera considerada como ilegítima, y se convirtiera en el principal agravante de la crisis.

De ahí el que sentarse a platicar con la oposición sea considerado como una especie de tanque de oxígeno, sobretodo ante los ojos de la comunidad internacional, porque el régimen dista mucho de estar entre las cuerdas cuando aun mantiene el control territorial e institucional de la nación sudamericana. Mientras que la oposición ha perdido el control legislativo, y su mayor activo parece ser el apoyo y la interlocución con Estados Unidos.

Las sesiones de trabajo entre el Gobierno de Maduro y la oposición venezolana comenzarán este viernes, se centrarán en temas relacionados con las próximas elecciones, la liberación de presos políticos, y las sanciones de Estados Unidos, y se espera que tendrán una nueva ronda de conversaciones a finales de mes, en la cual se aspira a tocar los aspectos más delicados. No obstante, esto también podría representar un tanque de oxígeno para el gobierno del presidente López Obrador.

Puesto que el hecho de que los diálogos que podrían darle solución a la crisis venezolana inicien en la fecha en que se conmemoran los 500 años de la caída de Tenochtitlan a manos de los españoles, podría agregarle otro significado a una fecha histórica que ha sido en varias ocasiones politizada por la actual administración, y que también podría colgarle una medalla en un momento difícil, en el que los casos de Covid-19 repuntan, la economía aun no alcanza el dinamismo deseado, y la variante Delta siembra el miedo en los mercados financieros.

Mientras tanto, los venezolanos preparan sus anticuerpos contra la esperanza, a sabiendas de que la comunidad internacional permanece inmóvil ante la represión que regímenes como el cubano o el nicaragüense han gestado con los opositores ante las recientes protestas y que a pesar de que las próximas elecciones regionales de noviembre podrían ser un buen inicio para el cambio, el camino rumbo a las presidenciales de 2024 parece eterno, y el desenlace dudoso. En un contexto en el que lo único que se sabe es que la solución debe de ser por la vía democrática, que permanece bloqueada.

Así de letal parece la esperanza.

Twitter: @HenaroStephanie