La arena todavía está de bote en bote y la gente loca de la emoción; y en el ring aún siguen los 4 rudos, ídolos de la afición.

Apenas se dio la primera caída. Y son tres, sin límite de tiempo. Los gladiadores, ya olieron la sangre y saben que se puede perder una batalla, pero es necesario ganar la guerra.

Esta lucha, que ha sido iniciada por una falta a un integrante del equipo contrario, los ánimos se han caldeado al máximo. El réferi no pudo poner orden cuando los luchadores, usando todo tipo de artimañas, se picaban los ojos, se daban golpes bajos y nadie quería rendirse.

El griterío en la arena se escuchaba hasta la chingada, o sea, se oía a lo lejos y el nivel de las descalificaciones iba aumentando, como el fuego cuando le echan gasolina.

El réferi, dando todo el crédito a su alumno  favorito, le daba  cuerda y lo enaltecía a los ojos de la concurrencia; en tanto, los rudos, profesionales de los encordados, acorralaban al discípulo y lo  ponían contra las cuerdas.

El luchador favorito del dueño de la arena y de todo el escenario, mientras aplaudía, festejaba y enaltecía a su alumno, sabía que el par de rudos a los que se enfrentaba en una lucha desigual, pronto habría de traerle repercusiones fatales.

En juego, el cinturón que se disputaban, era nadamas y nadamenos que una reforma, la que  pondría en riesgo no tan solo la estabilidad de todo el escenario, sino la escasa relación que existe con los managers de los encordados del otro lado del río.

Y, antes de que la campana sonara, dando fin al segundo round, desde muy lejos, alguien arrojó una toalla al centro del cuadrilátero, sin saber  quien fue su destinatario, el encuentro luchístico se detuvo. En el segundo round, no hubo vencedor ni vencido.

Afuera de los encordados, los púgiles, con la sangre hirviendo y con el ánimo de continuar brindando un buen espectáculo al respetable, seguían lanzándose señalamientos y tirándose calificativos sin ton ni son.

Falta la conclusión de la segunda caída y, además, falta también el tercer round. Los gladiadores, los rudos, saben que es cuestión de tiempo para que el novato se descuide y le sea aplicado desde un tirabuzón, una combinación de tirante de medio cangrejo, una desnucadora clásica, la cavernaria o la de a caballo, con cualesquiera de esas llaves lo van a sacar del cuadrilátero en una camilla.

Por lo pronto, la arena sigue de bote en bote, la gente loca de la emoción, en el ring luchaban los cuatro rudos, ídolos de la afición…