Hubo una vez, en algún lugar remoto de la tierra, un singular rey. Era un rey que carecía de don de mando, no tenía mayor cercanía con sus súbditos y, la mayor parte de las veces, al caminar por las calles del reino, pasaba inadvertido. Nadie se le acercaba, ninguno le sonreía y muchos menos lo saludaban.

Al rey, sus más cercanos colaboradores, lo adulaban todo el tiempo. Le decían que nadie podía compararse con él, que él era único y que no había otro rey, en los reinos cercanos, que lo igualara en lo más mínimo.

Para hacer creer a sus súbditos que estaba trabajando y cumpliendo, el rey ordenaba que se realizaran algunas pequeñas obras en algún punto del reino; en particular en los lugares más apartados, para que si alguien quisiera ir a supervisar, le resultara imposible. En dichas obras, el rey posaba para la foto, le grababan videos y ordenaba que le dieran amplia difusión a lo que él consideraba una gran obra.

Cuando hablaba de cifras de las acciones realizadas durante su reinado, la población, que empezaba a dejar de creer en sus declaraciones, se quedaba estupefacta al escuchar lo que el rey afirmaba que había realizado. Cuando hablaba de la disminución de hechos delictivos, de manera sorprendente, los crímenes, los asaltos, los robos, secuestros, etc., etc., aumentaban de un modo vertiginoso y lo afirmado por el rey, se desvanecía.

Si hablaba de generación de empleos y recuperación económica, la pobreza aumentaba y los negocios que existían, de manera extraña, cerraban sus puertas y echaban a los trabajadores a la calle.

Si presumía de seguridad, de la disminución de los delitos, de inmediato surgía unamos en lo más alto del altiplano, que lo contradecía y echaba por tierra sus estimulantes declaraciones.

En fin, al rey del cuento nunca nada le salía bien. Todos se reían de él y le endilgaban sobrenombres, debido a su escasa elocuencia para dirigir un mensaje. Se enredaba en sus propias palabras y empezaba diciendo una cosa o hablando de algún tema y cuando concluía, ya estaba haciendo referencia a algo diferente.

Y así seguía pasando el tiempo, sin que el rey modificara su forma de ser y mucho menos que buscara la felicidad de los habitantes de su reino.

El rey –decían- vive en un paraíso de fantasía y su reinado es tan solo una ilusión.

Pero, este cuento…¡continuará!