La libertad siempre es libertad para los que piensan de manera diferente.

La diversa gama de censores o policías del pensamiento, que proceden
mediante el linchamiento moral, la criminalización, la estigmatización
de los díscolos, anarcoides y pequebús, todo en nombre de los más
sagrados intereses de la Patria: Sin duda no son los primeros y no
serán los últimos. Hay que aprender a lidiar con ellos: enfrentándolos
también, con inteligencia, audacia y mucha habilidad. Nuestra
obligación es no permitir que hagan naufragar este descomunal e
inédito esfuerzo colectivo.

“Su carácter humanitario estaba profundamente enraizado en el
humanismo de pensadores que le precedieron, que influyeron la cultura
europea en forma perdurable. De la preocupación por la historia, la
literatura y el arte de los pueblos y naciones de otros continentes
recibieron estímulos. Su tenacidad en la acción, y su capacidad para
abordar nuevos fenómenos y tendencias sociales analíticamente, de
responder a las nuevas interrogantes sin dogmatismo, se desarrollaron
en la medida en que crecieron sus experiencias dentro del movimiento
organizado socialdemócrata de los trabajadores. Annelies Laschitza

La izquierda política solo en contadas ocasiones ha sabido presentar
sus ideas abstractas sobre la libertad y la emancipación tanto del
individuo como de la sociedad en una forma tal que resultaran
comprensibles, y sobre todo atractivas para las personas menos
politizadas. Frecuentemente, la izquierda política intentó compensar
este defecto evocando los testimonios de los héroes de la libertad de
un pasado remoto, para que eso le permitiera manifestar sus propias
buenas intenciones. Se recordaba  otras personas contemporáneas:
Augusto Bebel  y Clara Zetkin,  Wladimir Iljitsch  Lenin y Augusto
Sandino, Karl Liebknecht, León Trotsky, Josef Stalin y Mao Tse Tung,
Patrice Lumumba, Ho ChiMinh y Frantz Fanon, queda poca presencia
visible de todos ellos.

Salvo algunas excepciones.  La de una judía polaca, asesinada de forma
bestial en Alemania; la de un argentino, que cayó en el año de 1967 en
Bolivia en las garras de sus asesinos; y la de un italiano, al que los
fascistas liberaron en 1937 después de varios años de reclusión solo
para dejarlo morir: Rosa Luxemburg, Ernesto «Che» Guevara y Antonio
Gramsci. Los tres no solamente materializan esa congruencia  poco
común entre la palabra y la acción. Y los tres pagaron sus
convicciones con la vida, aunque no fueron los enemigos en su propio
campo sino los del bando contrario quienes los mataron, lo cual de
ninguna manera era algo que se pudiera dar por sentado en el siglo XX.

Junto a todo esto, Rosa Luxemburg y Antonio Gramsci tienen todavía
otra cosa en común: nunca se encontraron en una situación en la que se
prestaran al ejercicio del poder del Estado, o que sus manos quedaran
manchadas por participar en un régimen dictatorial o hasta
totalitario. La socialdemócrata y cofundadora del Partido Comunista de
Alemania, Rosa Luxemburgo, ya no vivió el ascenso de Stalin después de
aquel enero de 1919, cuando fue derribada a culatazos, y finalmente la
mataron de un tiro por la espalda.  El socialdemócrata y cofundador
del Partido Comunista deIalia , Antonio Gramsci, fue encarcelado en su
patria a partir de 1926, hasta que enfermó de muerte. Solo Ernesto
«Che» Guevara fue un político líder en el gobierno de Cuba
revolucionaria, no obstante, pronto prefirió ir a la lucha abierta que
lo llevaría a la muerte, que estar presente como parte de la nueva
clase dominante.

Ernesto «Che» Guevara sigue hasta hoy en día avivando la imaginación
de la juventud ;Antonio Gramsci impresiona desde hace décadas sobre
todo a intelectuales; sin embargo de Rosa Luxemburg, la más
multifacética de los tres, la mayoría conoce únicamente el nombre y lo
que le ocurrió, pero no su pensamiento ni su obra. Y si los conocen,
es casi siempre solo en forma de caricatura. Las antiguas virtudes, a
las que tanto los cuartos de tortura en los sótanos como los congresos
del «Partido» les arrancaron su sentido: la honestidad ante las
propias acciones en el pasado y el presente; la no-simulación del
propio pensamiento, y especialmente, en situaciones que puedan ser
incómodas; mantener la integridad ante cualquier persona, y sobre todo
ante sus adversarios.

El pasaje polaco: El veneno del nacionalismo, que libera al individuo
de toda responsabilidad frente a la sociedad y que como ningún otro
hace desaparecer al dominio burgués tras la dulzona niebla de una
agradable auto privación del poder, era el enemigo más poderoso del
grupo alrededor de Rosa Luxemburg, puesto que era internacional y
conformaba la verdadera «Internacional», la Internacional del
Nacionalismo. En última instancia la posición de Rosa Luxemburg y sus
amigos en la cuestión polaca condujo a un aislamiento de la izquierda
en Polonia, del que nunca pudo liberarse. Quizá por eso Rosa Luxemburg
ha caído simplemente en el olvido entre grandes sectores de la opinión
pública polaca.

Fracasaron ante la cuestión nacional, su aversión contra todo lo
nacional despejaba el camino para «echar por tierra todas las
circunstancias en las que el ser humano es un ser envilecido,
esclavizado, abandonado, despreciable… » Antes de la Primera Guerra
Mundial existía en la social democracia europea un amplio consenso
sobre la idea de que solo se podrían eliminar las injusticias
sociales, pan de cada día en el capitalismo, mediante la superación
del mismo. Las contradicciones del capitalismo se agudizarían de tal
manera que impulsarían

La humanidad a la barbarie. La misión del movimiento sería hacer todo
lo posible con tal de evitarlo.  El socialismo sería la salvación de
la caída, y de ahí se desprende la fórmula: socialismo o barbarie. El
socialismo no surgiría una vez que el capitalismo se derrumbara,
crecería más bien por la presión del movimiento obrero en el seno de
la sociedad capitalista-burguesa. Consideraba válido entonces
separarse de todas las ilusiones revolucionarias, había que perseguir
solamente una política en evolución.

La sola voluntad para el cambio no era suficiente. El quehacer de la
política revolucionaria exigiría reconocer estas leyes y actuar en
consecuencia, es decir, acelerar en forma sostenida el avance hacia
una sociedad sin explotación ni opresión. Bakunin, por el contrario,
era un socialista que argumentaba con categorías morales y éticas,
ubicando al individuo y a su liberación en primer lugar.  Bakunin
vislumbró en la voluntad de acción, alimentada por la conciencia de
las escandalosas injusticias provocadas por el capitalismo, y en la
agitación, elementos esenciales de la política revolucionaria. Los
anarquistas no querían emplearla huelga nada más como arma en los
conflictos económicos entre el trabajo y el capital –como lo hicieron
los sindicatos con inspiración socialdemócrata–más bien querían
emplearla principalmente al interior dela lucha política. Algunos
incluso apostaron a la huelga general como instrumento para la caída
total del sistema.  Con Marx y Bakunin, y más intensamente.

Es muy difícil aplicar esta máxima a la realidad actual o cualquier
otra sin caer en una anuencia del Estado, hecho por demás insulso. Lo
que sí se puede hacer, en cambio, es seguir completando el pensamiento
de esta polaca, indicando que su apuesta por una democracia extrema
incluía, por supuesto, la libertad irrestricta de expresión y
asociación. Más aún, a la preocupación de Lenin sobre la corrupción al
interior del partido, ella oponía la transparencia partidaria a los
decretos draconianos impartidos por el mismo: “ ROSA LUSEXBURG  EL
PRECIO DE LA LIBERTAD